Nadie debería guardarse nada. Sin embargo, si cada uno de nosotros hablara, todos los demás callaríamos porque cada palabra dejaría de resultarnos insignificante. En cierto modo, se puede asistir al combate entre lo bueno y lo malo y las promesas juradas con el humo entre dos cigarrillos. Nos asusta creer que mañana ya no tendremos aquello que nos hizo sentirnos grandes, poderosos y creer que éramos Califas pudiendo gobernar el mundo a nuestro antojo, pero jugamos con el placer de saber que hay alguien detrás que siempre estará cuando queramos jugar de nuevo con él o ella cual niños pequeños. A veces nos confundimos pensando porque, como seres humanos que somos, tenemos dentro de nuestras comidas cabezas hojalata en vez de cerebros y hacemos cosas a inconsciencia pensando en que serán divertidas y electrizantes. Somos entes vulgares y escandalosos cada vez más sordomudos porque sabemos que pronto una máquina nos sustituirá, y queremos ir poco a poco dejando de sentir, de vivir, para parecernos más a ella. Pronto todo acabará, volveré a mi mundo de batas blancas y nombres científicos especialmente complejos, y la esperanza con la que llegué de recuperar aquello que se perdió se esfumará. Ni siquiera sé si como persona puedo dejar de sentir y ser también una máquina insulsa, aún así esperemos que las sombras existan para poder dibujar siluetas cada vez que la apocalipsis nos aseche. Perdón pequeño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario