lunes, 11 de octubre de 2010

Todos.

Presumiblemente es así como empieza todo. Te acercas, le preguntas su nombre, ella te miente y empezáis a hablar. Te va gustando cada vez más como te mira, el descaro con que lo hace, la lujuria que te inspira.

Sujerentemente y por un instante, piensas que sois iguales, que os gusta lo mismo, que bebéis lo mismo, que cantáis el estribillo de esa canción a la misma vez y que, aunque no quiera mirarte y tú temas mirarle, os echáis un rápido vistazo. Buscas la aprobación sin pensar si de verdad crees que deberías arriesgarte.

Todo consiste en el descaro porque es precisamente este último el que te provoca seguir adelante. Stop. Te paras y piensas por un instante que fue de esos días en los que eras otro personajillo, en los que no pensabas, en los que admirabas algo y a alguien.

Te quema por dentro la maldad humana, la poesía y el daño ocasionado.


No temes, simplemente, sigues caminando.


Te cuesta oír, ver, oler, saborear y palpar. Eso último lo que más, esa tez te recuerda todo.

Te tatuarías "esa" palabra. No lo haces porque sino te reconcomería el dolor cada vez que la leyeras.

Tienes ganas de descansar, de seguir caminando, de parar de buscar la aprobación, de tener todo, de ser egoísta, de no dejar nada marchar.

Vuelves a mentir sobre tu nombre. Todo vuelve a comenzar de nuevo: una historia nueva lejos de aquí.

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