Antes que nada, tengo que pedir disculpas si has vivido pocos años. Debería, además, pedir permiso para pasar el minuto que me queda a solas con lo que me sobra de consciencia y me falta de fe. Quisiera que sepas que no hubo ni un solo ápice de arrepentimiento en la decisión que tomé, y que mucho menos deberías preocuparte por no claudicar, al contrario, puedes ser capaz de dejar tus cosas aquí donde me hallo y no volver a buscarlas nunca más; yo te las guardaré hasta que se acaben los sesenta segundos que me quedan de vida. Haz lo que tengas que hacer, porque yo aprendí que se debe caminar despacio y que siempre, aunque uno no quiera, no hay dos sin tres.
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