domingo, 28 de marzo de 2010

2:50

Eran las 2 y 50 minutos de la madrugada. Estaba en casa a punto de irse a la cama con tan sólo una camiseta larga. Tenía el suéter negro de él puesto y apenas le quedaban restos de perfume y maquillaje. Quería escribir, eso le gustaba y la desahogaba. Había sido un día largo, un día que prefería olvidar. No le había gustado y se sentía triste sin saber el porqué. Le quería y de eso estaba segura. Ella esperaba. No sabía a quién o a qué estaba esperando exactamente. No sabía por qué, pero no fue lo que se esperaba. Nunca lo era. Había pensado mucho y su cerebro ya no reaccionaba. Tenía sueño, pero aún así se quedo despierta esperando algo, esperando la más mísera señal de que valía la pena seguir con su locura y dejar a un lado su aburrimiento. El llamó y con él la señal esperada. Ella seguía escribiendo, sin dejar de pensar que era lo que estaba haciendo, sin dejar de pensar que estaría haciendo él en ese momento, sin dejar de pensar si era verdad lo que decía o simplemente lo decía por decir y sin que sus palabras pasasen antes por su cabeza para poder pensarlo siquiera, sin dejar de pensar que era una completa estúpida. De un momento a otro, el sueño le ganó la partida. Sabía que ya no tendría que esperar más, la señal ya había llegado pero no sabía que era lo que le esperaría en un futuro cercano. Paró de escribir y se fue a la cama. Se fue a pensar en él, siempre él y nunca ella. Eso le parecia injusto. Que duermas bien se dijo a sí misma, que duermas bien pequeña tonta enamorada de su sonrisa y, sobre todo, enamorada de él. Por fin lo había reconocido, estaba enamorada de él. Le había costado reconocérselo a sí misma, pero en el fondo no le gustaba estar convencida de que de los dos, sólo era ella quien lo estaba. Estaba segura de ello y lo único que podía hacer era o resignarse o simplemente esperar. No sabía cuanto tiempo tendría que hacerlo, pero sí que sabía que no quería esperar más. Lo quería ya a su lado. Lo quería a él. ¿Lo amaba quizás?. Estaba segura de que sí, pero aún así se fue a cama a pensar en eso último. A pensar en él. Eso le hacía feliz, le hacía sentir bien. Él hacía que todo pareciese mucho más fácil y pensar en las seis letras de su nombre hacía que toda la tristeza que tenía acumulada del día desapareciese en segundos. Él. Era él. Eres tú. Otra vez pensó en su nombre y otra vez esa cara de niña. Que duermas bien estúpida Andrea, que duermas bien.

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