domingo, 20 de mayo de 2012

Se lastima a sí mismo como si no tuviera otra afición a la que dedicar todo el tiempo que le sobra desde que pone un pie en el suelo cada mañana al levantarse de la cama en la que duerme (o eso dice él que hace en ella) Se castiga y sufre, y en ocasiones siente incluso hasta que le gusta soportar semejante dolor, pensando que está mitigado ya. Es capaz de palpar la suavidad de la piel de ella con tan solo cerrar los ojos. Siente como si la vida se le escapara de las manos; como si cada minuto que vive durase tres cuartos de sesenta segundos y cada instante que pasa es un instante perdido, que le machaca, que le atormenta, que le desola y le crea heridas autoinfligidas. A menudo suele pensar en la décimo tercera causa de muerte en personas de su edad.   Sin embargo, no convencido nunca de que sea lo correcto, quita de su mente esa rara idea y vuelve a su cama de la que se volverá a levantar al día siguiente, pensando en lo mismo, obcecado en un idea estúpida y benévola de la que nadie consigue entender el porqué. Y esta es la cuestión: ¿por qué?



Esta mañana me quejaba de que hacía tiempo que no escribía una buena entrada. He aquí una.

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