domingo, 28 de agosto de 2011

Mi abuela lo llamaba desolación.

Mi abuela lo llamaba desolación. Era un sustantivo que le venía perfecto a lo que reinaba en esa casa demasiado fría en invierno, demasiado llena de conocidos en las comidas familiares. He perdido tanto por no estar atenta, que hasta la "desolación" de la que hablaba mi abuela se quedó pequeña para describir el momento de muchas mañanas en esa fea guagua amarilla, tardes y noches en Gran Canaria. No hubo un día a las aproximadamente 23:32 de la noche que no me deshidratara. Siempre pensando en lo mismo, siempre pensando en los mismos de siempre, y siempre, siempre y siempre dando sin recibir. En el momento en el que el suelo comenzó a quemar, me fui a vivir a las nubes, y allí estuve un año, probablemente algo más, hasta que bajé a la Tierra de nuevo, (al subsuelo con más exactitud) cuando supe que arriba me asfixiaban sin yo quererlo. Moría por querer escuchar de nuevo ciertas palabritas que jamás y nunca llegaron, que jamás y nunca llegarán. Se puede incluso llorar sangre, yo de eso doy fe, pero cuando me desangré y no tenía apenas ni dos gotas de ella corriéndome por mis venas, opté por callar. Y callé, y seguiré callando. Reté hasta al equilibrio de la ciencia, pensando que eso que la gente llama karma, serviría de algo, pero a día de hoy puedo considerarme la mujer adecuada para asegurar que eso no existe y que el karma son los padres. Muchas veces pensé en el porqué, a veces obtuve la respuesta (siempre la que obviaba por tener que llegarla a entender, muchas veces por mi propia culpa), otras en cambio no obtuve ni un mínimo atismo de duda en que esa explicación a lo que pasaba no existía. Buscando verdades dejé lejos lo que más necesitaba, y es que sentar la cabeza, llenarla de muebles baratos de Ikea y encontrar la preparación a lo que se avecina estos próximos meses, no tiene razón de ser. Solamente aquellos que se fueron, solamente aquellos que perdieron, solamente aquellos que perdonaron o solamente aquellos que se partieron en dos saben de lo que hablo. Y caminando de nuevo en dirección contraría, en términos de fuerzas, estructuras y ascensos de la historia se supo que no hay mal que por bien no venga.

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